«Le ha tocado al actual alcalde, mi estimado Escolástico Gil, el honor de terminar un proyecto que desde la muerte de don Elicio (1983) rondó varias cabezas en el Consistorio, incluida la del primer edil de aquella época. Luciana se fue al cielo guanche once años antes: pudo haber vivido muchos años más, pero no quiso medicarse, quería vivir hasta el último minuto como siempre había vivido.
Este grupo escultórico (bastante complejo de realizar) obra de Dácil Travieso, en el Taller de fundición Esculturas Bronzo, recoge y sintetiza de una forma magistral las dos esencias del Juego del Palo como lo entendemos Los Verga, don Elisio, elástico, con un ritmo y una serenidad de juego que solo puede salir de un alma buena con un cuerpo de bailador canario. Él aprendió de un modo lento y tranquilo, y así su juego para siempre, maestro “lento y pacencioso”. Mi querida madre adoptiva, Luciana, vertical y enhiesta, dientes apretados, fibrosa y con un solo propósito: que su contrincante soltara el palo. Ella aprendió de un modo feroz, y feroz fue siempre su juego. Ambos aprendieron con su padre, Cho Eugenio Díaz (fundador de la saga), que supo ver las necesidades futuras de ambos, y por eso enseñó a su hija a ser una tigresa, una fiera mala, que ningún hombre pudiera maltratarla, pero con un corazón de oro si encontraba a quién. Y me encontró a mí, que se me siguen llorando los ojos cada vez que pienso o escribo sobre ella.
Pero no quiero mirar hacia atrás, sino a la nueva camada de la familia, Claudia, Alejandra, Juan Manuel, Oliver; yo, por edad, no veré a sus nietos, pero tengo la completa seguridad de que serán jugadores de palo orgullosos de su apellido de honor: Verga.»
Francisco Osorio Acevedo