Cuando llegaron los conquistadores europeos a las islas Canarias en el siglo XV, muchas de las islas se encontraban subdivididas internamente en tribus independientes, política y económicamente. Tenerife había estado unida bajo el mítico mencey Betzenuriia, a cuya muerte se repartieron el reino sus hijos.
En el momento de la conquista, lo que hoy es El Rosario pertenecía al menceyato de Güímar, uno de los nueve en que se dividía Tenerife. Su estratégica posición hacía que lo que hoy es El Rosario fuese un paso preferente en las rutas del norte y Las Cañadas, y en los caminos del sur.
Del pasado aborigen quedan abundantes vestigios con interesantes yacimientos en El Tablero, barranco de Jagua, barranco del Brezo, Barranco Hondo, El Chorrillo,… En El Tablero, donde radicó una nutrida colonia, se han encontrado restos humanos y una de las momias mejor conservadas del patrimonio antropológico insular.
El municipio de El Rosario se constituye en 1813, en honor a la ermita y virgen con este nombre. Tras las Cortes de Cádiz de 1812 y la nueva distribución territorial del Estado, El Rosario nace como municipio, hasta ese momento integrado en La Laguna. Con una superficie de 50 kilómetros cuadrados y unos 2.000 habitantes, se fija la capitalidad en la primitiva urbanización de La Esperanza y en el famoso bosque desde el que los castellanos huidos de la batalla de Acentejo divisaron el campamento de Añaza.
Esta construcción emblemática se construye en Machado, a mitad de camino de peregrinación desde San Cristóbal de La Laguna hacia Candelaria, ante la necesidad de contar con un lugar de descanso y abrigo para los romeros.
El Rosario es una de las devociones marianas más extendidas en el pueblo cristiano. Está formado por materiales evangélicos, los misterios, ordenados en cuatro grupos, gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos.
Al rezarlo se contemplan cada día cinco misterios, que aparecen recogidos en el escudo del municipio.